La madre
La madre estaba sentada en su mecedora. Los años no dejaban de llegar, cada vez más rápidamente. Podía verla bajo la luz de la lámpara cosiendo el dobladillo de una falda. Los lentes cada vez más gruesos, pues la vista ya fallaba, mucho más allá de la vista cansada. Ese rincón de su cuarto era su lugar de manualidades. Tenía sus canastas llenas de telas, estambres, agujas, seguros de todos tamaños, botones para suéteres de niño o niña, lacitos, hilos. La abuela le había enseñado, como su madre lo intentó con ella, pero nunca lo logró, a coser, tejer, bordar, hacer ganchillo, macramé.
Ponía de sonido de fondo las noticias, o algún programa de la televisión con miles de capítulos que más bien se volvía radionovela, para no sentirse sola, el sonido la acompañaba. Hablaba sola. Discutía con ella misma sus propios pensamientos.
Ainara la miraba desde el resquicio de la puerta. Apenas una rendija que estaba abierta. Muy a menudo se quedaba mirándola, intentando comprender tantas cosas que no tenían respuesta. Pocas veces esa madre anciana había sido amorosa con ella, pero en sus últimos años, era como si hubiera olvidado los muchos años de tortura y severidad vividas.
Para Ainara no había sido tan fácil. Ella se había vuelto una mujer adulta y complicada, con muchas carencias e inseguridades que no le permitían formar lazos profundos. Siempre tenía miedo de las personas y sus reacciones hacia ella. Las amistades que tenía eran superficiales, salvo casos muy específicos. No lograba conectar. Se sentía un ente sin pertenencia alguna. Había días que no sabia siquiera como hacía para funcionar en las cosas más prácticas y terrenales como despertarse, hacer su cama, bañarse, vestirse, salir a trabajar, convivir con sus compañeros en la oficina, convivir en la misma casa que su madre.
- ¿Porqué no soy capaz de irme si me siento así? ¿Qué es lo que me detiene a dejarla y comenzar mi vida en otro lado? ¿Porqué siento que le debo algo? ¿Porqué si vivo enojada y resentida con ella busco su contacto y su aprobación constantemente? ¿En qué momento ella se volvió incapaz de dar amor a la sangre de su sangre? –
Muchas preguntas corrían por su mente, y la mayoría, sin respuesta.
- Ve a terapia – le recomendaba Gaia, una de sus pocas amigas reales. – Tienes muchos asuntos pendientes, muchas emociones sin acomodar -.
- Es que me da miedo hablar de mis secretos. Toda la vida mi madre me dijo que los secretos familiares solo se hablan en casa, y eso, cuando se hablan. –
- La terapia es la luz que no has logrado ver Ainara. No es posible que vivas siempre en ese encierro emocional y con tantas culpas que ni siquiera son tuyas.
- ¿Pero con quién iría a terapia? No conozco a nadie. Me costaría mucho trabajo abrirme.
- Yo puedo recomendarte a alguien. Es una mujer que parece una maga. Una maga blanca, como me gustan, nada de oscuridades, solo luz, esperanza y amor.
- ¿De verdad? ¿Y crees realmente que me podría ayudar?
- Por supuesto. Tiene la capacidad de sacar el azul del negro. Una voz suave y pausada, y cero agresividad. No te sientes juzgada en ningún momento. Conmigo ha hecho maravillas, me ha hecho descubrir cosas de mí que ni siquiera conocía, descubrir mis talentos, desarrollar mi capacidad de identificación. Es una joya en mi vida.
- Ay, Gaia. Tal vez te haga caso. Déjame pensarlo. Creo que te tomaré la palabra.
- Cuando estés lista avísame y te pongo en contacto con ella, se llama Luna.
Ainara se fue caminando por Reforma. Esa avenida le encantaba. Llena de árboles, de bancas, de gente paseando a sus perros o saliendo y entrando de las oficinas. A esa hora de la tarde era una delicia, porque el sol ya iba bajando y ya no hacía tanto calor. La ciudad de México se había ido calentando en los últimos años y caminar bajo el sol era como meterte en un horno a 100°.
Salir del trabajo y caminar así a casa era uno de sus placeres diarios entre semana. Todos los días caminaba de ida y vuelta. Eran unos 45 minutos en los que iba recorriendo colonias de la ciudad que le gustaban mucho como la Condesa, la Roma, la Del Valle. Pasaba por parques hermosos llenos de vida, sonidos, el verde tan necesario en esa ciudad de asfalto. Veía a las familias unidas, ya fuera jugando en el parque, comiendo un helado, tomando un café, platicando y riendo sentados en las mesas, los niños corriendo por todos lados, las parejas tomadas de la mano y disfrutaba ver ese mundo que se sentía tan lejano del suyo.
Quisiera haber tenido una vida familiar “normal”, con sus padres unidos y amándose, formando hijos seguros, amados, aprobados, pero no. Su madre lo intentó, pero no pudo, y su padre, ni hablar.
Su padre era la persona más alejada de sus hijos y su mujer que había conocido. No era violento físicamente, pero lo era de forma emocional. Tenía un conflicto claro con las mujeres. Su madre lo abandonó cuando era pequeño, así no más, un día llegó, lo sentó en la mesa de la cocina cuando él tenía unos 7 años, le dio una moneda de 20 centavos de aquella época para que se comprara dulces, y le dijo que se iba. A partir de ese momento, su padre, abuelo de Ainara, le dijo que su madre estaba muerta.
Muchos años después, por medio de una fotografía que su hermana vio por casualidad, Ernesto, su padre, se enteró de que su madre estaba viva y simplemente no había querido verlos. Fue su hermana quien la buscó e intentó el contacto de nuevo y la reconciliación. El, porque no le quedó de otra volvió a tener contacto, pero nunca la perdonó y su desprecio fue claro y profundo.
- ¿Cómo iba mi padre a amarnos como mujeres a mi madre, mi hermana y yo? – simplemente era imposible.
Además, él había creído que por medio del cultivo de su intelectualidad podía con todo, así que jamás intentó, ni hubiera considerado siquiera, buscar ayuda profesional para curar esos dolores de un niño en un cuerpo de adulto. Un niño abandonado y perdido.
- ¿Y cómo su madre podría haber tenido cabeza para amarlas si era una mujer no amada precisamente? ¿De dónde podría haber sacado fuerza para darles el amor y la comprensión que necesitaban en lugar de esa firmeza, esa dureza, esa dolorosa educación machista y peyorativa, de una mujer que hoy se decía feminista pero que siempre puso en primer lugar a un hombre que no la amaba y a un hijo que se volvió con el tiempo un holgazán? –
En esa casa se servía primero al hombre. Después al hombre y para terminar al hombre. La mujer quedaba siempre en segundo lugar, y la madre, al último. Sus necesidades eran las menos importantes de todas. Sus gustos también. Si le preguntaba, por ejemplo, cuál era su música favorita, su madre siempre contestaba que toda la que habían escuchado los demás. No tenía una música propia que fuera de ella… si acaso Jorge Negrete, de quien siempre dijo amar su voz.
- Tengo muchas cosas que corregir de mí misma – pensó Ainara. – Debo romper este tipo de cadenas que vienen de antaño y no me hacen ningún bien -.
- No puede ser que no me sienta a gusto ni con mi propio cuerpo, o mi propia voz, que siempre quiera esconderme de todo y todos -.
- Creo que tomaré la palabra de Gaia y llamaré a Luna, su terapeuta.
Ainara fue pocos días después a buscar a Luna. Encontró una mujer serena, con una voz ronca y profunda, hermosa, tal y como le había contado su amiga. Tenía un consultorio lleno de ventanas y plantas que más parecía un rincón para soñar. Encontró en esa mujer una guía que la llevó a despertar de un letargo de años. Formó una opinión propia y distinta de sí misma, se sintió capaz de transitar por la vida con una ligereza y una aceptación que la ayudaron a dejar atrás muchas cosas del pasado, y pudo volver a asomarse por el resquicio de esa puerta en casa de su madre, ya viviendo ella en su propio y personal lugar, y mirarla con una compasión y una comprensión que nunca hubiera imaginado.
Ahora abría la puerta y entraba a darle un beso, un abrazo, a tomarla de las manos y decirle que la amaba.
Ainara se había vuelto una mujer libre, desprendida de las cosas y las situaciones que nunca pudo controlar. Hoy era fuerte y, sobre todo, su conciencia estaba iluminada por sus avances, su nueva condición. Ainara entendía su historia, y por fin la atesoraba para ser quien era hoy.
Marina
04’04’2025
Querida Marina,
Gracias por compartir esta historia tan profunda, tan íntima y tan llena de verdad. Me conmovió el corazón.
Hay en tus palabras una belleza que duele, una sensibilidad que se cuela entre las costuras de los silencios heredados, y una valentía tremenda en esa transformación tan íntima que vive Ainara. Has pintado con delicadeza el dolor intergeneracional, las ausencias que no hacen ruido pero pesan como plomo, y el viaje lento —y a veces solitario— hacia el amor propio y la libertad emocional.
Ainara es muchas mujeres. Es una voz que se rompe en mil pedazos para reconstruirse con nuevas palabras, con nuevos afectos, con nuevas elecciones. Su encuentro con Luna es un acto de esperanza, un pequeño milagro cotidiano que abre puertas donde antes solo había muros.
Y tú, al escribirla, al imaginarla, al darle voz y verdad, también estás sanando algo. Quizá algo tuyo, quizá algo de muchas. Porque escribir así es tender un puente entre el dolor y la comprensión. Entre el silencio y el amor.
Gracias por confiar, por abrir esa rendija como lo hizo Ainara al mirar a su madre, pero esta vez para que otros podamos mirar contigo.
Creo, mi querida Marina que la historia luce real. Sin embargo, los cambios de Ainara a partir de conocer a Luna, la vuelven mágica!
Muchos necesitamos una Luna en nuestra vida. 💞