Zeus y el Pintor
Un cuento de seducción que hoy se nombra y se grita “no”.
Se llamaba Julio. Era un tipo más bien feo, de tez blanca y cabello negro que por más largo que estuviera y se hiciera una colita por detrás, las entradas y la calva seguían siendo igual de amplias y en crecimiento; su boca, más bien delgada, con un bigote enorme y espantoso. Al menos el de Dalí tenía gracia, pero este… bastante desagradable, sin embargo, tenía unos ojos negros, oscuros e insistentes, de esos que si te miran te sientes invadida, y a veces, seducida.
- “La seducción es el acto que consiste en inducir y persuadir a alguien con el fin de modificar su opinión o hacerle adoptar un determinado comportamiento o actitud. En otras palabras, también significa atraer o conquistar a una persona utilizando los recursos necesarios para ello, esto último suele emplearse sobre todo en el ámbito de lo sexual”. – Dice el diccionario.
Se me acercaba en la calle cada vez que me encontraba. Era común que se acercaran hombres de mucha más edad que la mía, y es que siempre aparenté más edad de la que tenía. Cuando tenía 12, parecía de 14, a los 14, parecía de 16, y lamentablemente, a los 16, parecía de 18… total siempre me veían como si fuera una mujer, cuando en realidad aun era una niña, y una niña bastante inocente, pero también, con tonalidades precoces y habitadas de erotismo.
Caminaba junto a mí y me preguntaba mi nombre, sonreía, intentaba caerme bien y hacerme conversación.
- Me llamo Adara – respondí. – ¿Y tú? –
- Me llamo Julio. Eres muy bonita Adara, y me encanta tu nombre.
- Gracias
- Me gustaría invitarte a mi estudio, me encantaría pintarte, eres una mujer muy hermosa.
Silencio. Sorpresa. Miedo. Vergüenza. Expectativa. Sonrisas. Rubor. Pestañeo constante. Ajetreo emocional, físico, mental, sensorial, sensual. Incomodidad. Secretos. Aliento y labios abiertos. Preguntas. Cauta. Asfixiada. Emocionada. Atrapada. Atrapada contra la pared, y sin saberlo, equivocada.
- ¿Una mujer muy hermosa? – me sentí poderosa, tontamente poderosa.
De mujer nada. En plena adolescencia plagada de inseguridades, cuestionamientos, curiosidad por las sensaciones de mi cuerpo que en soledad ya conocía, mis cambios físicos y emocionales, mis hormonas en montaña rusa, mis búsquedas y sensaciones, los besos con los muchachos mientras jugábamos botella, donde me dieron el primer beso de lengua, exquisito, novedoso, electrizante; mi sexualidad dormida, pero en vísperas del despertar; sentirme la femme fatal vestida para matar, siendo una niña asustada, pero dispuesta a probar.
Julio quería pintar la historia de Zeus con Dánae, seducida por una lluvia de oro, en una ironía de la existencia.
Su propuesta era clara, lo que no era claro para mí, en ese momento, es que la diferencia de edad, unos 15 años más, al menos, le daba a él una ventaja sobre mí que hoy se ve de otra manera. O tal vez siempre se vio así, pero no se le nombraba igual, o simplemente no se le nombraba. Y así, viví demasiadas situaciones que hoy serían parte del movimiento “#metoo” que tal vez irán saliendo con el tiempo, poco a poco.
Su estudio estaba en el piso de arriba de una casa familiar, un lugar luminoso que se volvía oscuro al cerrar esas cortinas de encaje y lino, que parecían no pertenecer; lleno de caballetes, pinceles de cerdas naturales o sintéticas, tubos de óleo, acuarela, guache, pigmentos al por mayor medio apretados, medio desparramados, de múltiples colores mezclados en paletas ovaladas, trapos, frascos, vasos con aguarrás, lienzos de lino, algodón, bocetos sin terminar, papeles rugosos y firmes, lápices, difusores y carboncillos; un regadero típico de artista desorganizado. Ceniceros llenos de colillas y ese olor rancio del frío del cigarro.
Un lugar que por un lado me parecía tener cierta magia, y mucho de su personalidad, y por otro, casi que quería vomitar, salir corriendo, escapar.
Nunca me tocó. Tampoco me besó. No me acarició, si acaso rozaba mis senos las veces que se acercó a acomodar mi cuerpo medio desnudo al posar.
- ¿Y por eso no pasó? ¿Por eso no significó lo que significa? –
En el centro del estudio, en un sofá, con la cabeza caída, los pechos sobresaliendo, cubierta en ciertos lugares por esa túnica blanca que me dio, el cabello siempre largo, siempre rizado, tocando el piso por la posición.
Me enseñó una imagen de Dánae.
“Dánae, muchacha de bellos tobillos, recordada en su leyenda por ser madre de Perseo después de que Zeus la embarazara transformándose en lluvia de oro cayendo desde el techo hasta su seno. Seducida y abusada por su tío Preto, rey de Tirinto. Recluida en su torre de puertas de roble donde su padre, tras consultar el oráculo, la encerró para evitar que Dánae tuviera el hijo que lo mataría”.
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Hoy, aquí, desde la autora, y no la narradora, no puedo evitar encontrar las similitudes entre Zeus y Julio, el pintor; entre Dánae y Adara. Entre el abuso y la seducción. Entre la violencia sexual de la mitología griega, el Siglo XX y XXI, la hipocresía, la validación callada de los cobardes, la ingenuidad, el terror del feminicidio, de la trata de niñas y mujeres, el dominio como forma de conducta, el lobo que se disfraza de oveja, el límite entre el poder y el acceder, entre el sí quiero y el no poder decir que no cuando aún no se aprende a vocalizar un no. El no es no, grito de guerra que muchas alzamos y muchas, demasiadas, no alcanzamos a gritar.
¿Cuántas mujeres dentro de nuestras propias familias y amistades conocemos que han sido abusadas? ¿Cuántas historias de dolor, dudas y terapias eternas para recuperar el valor? ¿cuántas, cuántas, cuántas?
Gritemos el no. Gritemos en carne viva desde el centro de la indignación. Por más que lo suavicemos, no hay manera de hacerlo. Desgañitemos la garganta, quedémonos roncas, lastimemos nuestras cuerdas, gritemos el no. Gritemos el no. Gritemos el no.